Una de las zonas más empobrecidas del planeta, Maban County, del país más joven del mundo y que todavía no ha conocido la paz, Sudán del Sur, acoge el campo de refugiados de Doro. 58.000 personas sudanesas que huyeron (y sigue llegando -en lo que llevamos de año ACNUR ha registrado a 81 nuevas familias-) de los conflictos en el estado de Blue Nile, en el vecino Sudán.
La mayoría de estas personas llevan años desplazadas, lejos de sus tierras. En la década de los 90 una parte huyó a Etiopía, a los campos de refugiados de Gambella, otra se desplazó a Jartum, capital sudanesa. A mediados de la década de los 2000, iniciaron el retorno voluntario, promovido e incentivado por los organismos internacionales, a sus lugares de origen, interrumpido de nuevo en 2011 por el recrudecimiento del conflicto armado.
Esta vez se desplazaron a Sudán del Sur, a 25 kilómetros de sus aldeas en Blue Nile, a los campos de Doro, Batil, Gendrassa y Kaya. 143.000 personas. Y ahí permanecen; en movimiento desde hace más de 30 años. En unas tierras que no les pertenecen. Generaciones que no han conocido otra vida que aquella que se ve interrumpida por el sonido de las metralletas y el sinsentido del conflicto.
Campo de Doro. Principios de marzo de 2018. 40 grados a la sombra. Polvo y rastrojo amarillo después de los largos meses de estación seca. Las lluvias (¡Inshallah!), no tardarán en llegar.
Caminamos por el campo. Niños y niñas por doquier. El bullicio del mercado. Iniciamos las visitas a las personas más vulnerabilizadas del campo, los «venerables», en los informes de la sister Regina[1]. Experiencia viva del sentido de ese acompañar que se descuelga del logo del JRS. Piedra angular. Acompañar. Estar. Compartir desde las pobrezas que arrastramos. Escuchar. Acercarse. Dejarse tocar. Manos vacías. Algo que se mueve por dentro y que se traduce en gestos y miradas. Pocas palabras.
Visitamos a Sinar Wora. JRS Maban lleva años visitándole cada semana. Es mayor. Dice que debe de tener más de 100 años, que hasta su hijo se ha convertido en una persona muy mayor. Está ciego. Vive solo en una choza, pero tiene a sus hijos cerca. Lleva 7 años en Doro. Dice que quiere volver a Blue Nile porque es su tierra pero que allí hay guerra ahora y no puede. Nunca fue al colegio. Nos cuenta que consiguió hacer buena plata con los campos de sésamo que tenía, además de su pequeña granja. Pero que tuvo que huir. Volvió y volvió a huir.
En Doro, cuando podía ver, hacía somieres con los filamentos de los troncos de los árboles. Hoy está contento. Le han contado que una de las organizaciones está construyendo un dispensario médico detrás de su choza. «Cuando lo abran», nos dice, «iré a pedir unas gotas para los ojos y veré de nuevo».
[1] Sister Regina fue responsable del acompañamiento psicosocial a las personas más vulnerables en los campos de desplazados de Masisi (RDC) -2010-2015-. Mensualmente redactaba informes de su trabajo y se dirigía a los “vulnerables” como “venerables”.