Últimamente, leer las noticias, estar en redes sociales o simplemente observar lo que pasa a nuestro alrededor se siente como un nudo en la garganta. A veces se manifiesta como tristeza, otras como indignación. En medio de esa mezcla de emociones, no puedo evitar preguntarme: ¿Cómo llegamos a este punto?
En momentos así, a veces, lo único que me da un poco de calma es acordarme de que, cuando aparece lo peor de la humanidad, también aparece lo mejor. Siempre ha sido así. En los momentos más oscuros la esperanza se encuentra en las personas. En esos vecinos que se cuidan entre sí, en la comunidad y en las personas que no giran la cara y no se quedan calladas. Y eso es precisamente lo que encontramos esta semana durante la visita de DG ECHO a Kakuma.
La visita fue una oportunidad para dialogar con socios y equipos sobre el futuro de la educación en contextos de emergencia, en un momento donde la reducción de fondos amenaza con debilitar el acceso a derechos fundamentales. Hablamos de prioridades, de sostenibilidad, de cómo seguir adelante sin perder de vista a quienes están en el centro de nuestro trabajo: los estudiantes, sus familias y las comunidades. Preguntas difíciles, sin respuestas sencillas.
JRS lleva más de una década trabajando en Kakuma, apoyando la educación de niños, niñas y jóvenes refugiados. En el marco del proyecto financiado por DG ECHO, acompañamos actualmente a siete escuelas de secundaria. Estas escuelas no son solo centros educativos: son espacios de protección, donde se genera comunidad y se reconstruye el tejido social. Son puertas abiertas para cualquier persona, sin importar su edad, su origen, su historia. Dentro de estas aulas, estudiantes de diversas culturas, lenguas y religiones aprenden juntos. También profesores, muchos de ellos refugiados, que hoy enseñan con el deseo profundo de devolver lo que una vez recibieron. Son lugares donde se entra con el deseo de construir algo distinto, donde se forma no solo la mente, sino también el espíritu.
Y en medio de todo esto, me detengo a pensar en qué nos hace distintos. En este momento en que tantas organizaciones luchan por salvar sus operaciones. Nosotros también lo hacemos. Pero me pregunto desde qué enfoque, con qué principios. Reuniéndose con otras organizaciones, valoro profundamente lo que representa JRS. No se trata sólo de implementar proyectos, sino de servir y acompañar. De estar presentes, sin importar lo difícil del contexto. De sostener el vínculo humano como el centro de nuestra acción.
El odio hace más ruido. Se roba los titulares y acapara los reflectores. Pero lo que verdaderamente transforma al mundo ocurre en silencio, cada vez que alguien extiende la mano, cada vez que una puerta permanece abierta, cada vez que se elige la compasión por encima del miedo. Kakuma es muchas cosas. Es un campo de refugiados, un lugar de tránsito, una frontera en muchos sentidos. Pero también es un recordatorio de lo que es posible cuando la esperanza se convierte en acto, en presencia y en compromiso.