El pasado 4 de octubre Cristina Manzanedo (compañera que lidera la reflexión en tema de migraciones en Entreculturas, como ya sabéis) y yo, agarramos un vuelo rumbo a México, invitadas por la Red Jesuita con Migrantes de Centro América y Norte América (RJM CANA) a participar en su asamblea anual.
Aprovechando la invitación, coordinamos con el SJR México, recién creado en febrero de este año, para visitar el trabajo que viene haciendo en terreno desde su creación , así como el del SJM (a quien venimos apoyando desde hace mucho más tiempo).
Después de un viaje cargado con su cuota de aventura, llegamos a Frontera Comalapa, donde tuvimos oportunidad de visitar el Albergue San Rafael, en el que residen temporalmente familias solicitantes de refugio. Nos «acogieron» dos familias, en sus pequeñas viviendas, ofreciéndonos café y rosquillas que habían preparado para recibirnos. Ambas familias salvadoreñas estaban conformadas por el matrimonio y sus 3 hijos/as. Algunas causas por las que solicitaban refugio eran compartidas: huían de una sociedad en la que las maras se habían apropiado de los espacios públicos; habían sido extorsionadas y ante la imposibilidad de pagar «el impuesto», y después de sufrir amenazas, decidieron dejar atrás su país, su cultura y al resto de su familia, pensando en poder ofrecer a sus hijos/as mejores oportunidades. Fue muy emocionante el diálogo con las familias; quizá lo que más me llamó la atención era escuchar a uno de los padres contar su proyecto de vida, sus sueños, en base a sus capacidades y pese a su vulnerabilidad (trabajar en un call center, porque sabía hablar bien el inglés). Y digo que me gustó porque percibí mucha humanidad en el acompañamiento del equipo del SJR; aquellas familias no eran números ni personas ilegales, sino personas que se esforzaban en dejar una vida llena de violencia y miedo atrás y vivir en paz (de hecho no me refiero a ellos/as por sus nombres, porque estaría poniéndoles en riesgo -las maras siguen el camino de las familias que huyen, para garantizar que bien paguen las deudas bien mueran por no hacerlo).
Tras dormir en Frontera Comalapa, visitamos Tapachula, donde nos pudimos reunir con el equipo del SJR México. Un equipo nuevo, vital, empoderado, coordinado por Andrea (la mujer de nuestro querido Javi Cortegoso); sorprende lo sólido que se ve el equipo de 7 personas, con tan poca rodadura. Además de conversar con ellos/as y conocer un poco más del contexto (situación que lleva a las personas a solicitar refugio, fundamentalmente centroamericanas, pero no sólo -también venezolanas y de otros contextos-, leyes del gobierno mexicano, posicionamiento del ACNUR, otras instituciones aliadas, etc.) nos dieron la oportunidad de participar en un grupo focal con mujeres solicitantes de refugio. Pienso en «Sonia» (por supuesto, no es su nombre real) y su historia. Una chica trans, que por su condición, es objeto de extorsión y persecución. Me contó cómo ya su padre, desde que nació, la rechazó por su sexo indefinido (un «esperpento», así la llamó) y cómo su madre se vio obligada a entregarla a otra persona. Su nueva madre le ayudó a formarse y le dio cariño, convirtiéndose en una especialista de belleza. «Sonia» tenía su propio centro de belleza en San Salvador; la mara de su barrio le pidió pagar «el impuesto revolucionario», mucho más caro que el del resto porque «era defectuosa» (por su condición de transexualidad). Llegado un punto, por miedo, «Sonia» cerró su casa y se trasladó a la de un familiar; pidió a una sobrina adoptiva que le sacara sus cosas de la casa; al ir encontró una nota dentro, donde amenazaban a «Sonia» de muerte si no pagaba. Sabiendo que la mara cumple sus promesas (ya habían descuartizado a una de sus compañeras trans y desperdigado sus miembros; a otra le habían baleado con 10 tiros en la cara), «Sonia» agarró sus pertenencias y comenzó el viaje hacia no sabe dónde para alcanzar su sueño de vivir en paz. El SJR México la ha acogido con cariño, como persona, sin juzgar; en coordinación con otras instituciones, llevan su caso ante las autoridades Mexicanas; lleva en el país de manera irregular 6 meses. Sueña en vivir en un país donde no sea juzgada por su condición trans, donde no suponga jugarse la vida, donde pueda trabajar… me pregunta qué tal son los españoles y cómo se vive en nuestro país. No sé muy bien qué decirle, entre avergonzada por el trato que damos al diferente en muchos casos, al extranjero… Nos invitan a comer las propias mujeres, que han preparado la comida para el encuentro.
Y me siento acogida por las personas irregulares, yo, siendo también extranjera; y doy gracias a Dios por el encuentro y por el lujo de vivir en paz. Y afortunada, muy afortunada por poder acercar a la realidad que viven las personas migrantes y solicitantes de refugio de la mano de un equipo tan sólido, y comprometido.
Y me siento orgullosa del trabajo de Entreculturas, animada a comprometernos más, y motivada a trabajar por las causas justas. de las personas migrantes y solicitantes de asilo. Pero también por el derecho a la no movilidad: a trabajar porque las personas tengan una vida digna y en paz en sus países; motivada a abordar junto a nuestras instituciones amigas y aliadas, las causas que fuerzan la movilidad.