Viaje al campo de personas refugiadas de Kakuma

Hace unas semanas, dando seguimiento a un proyecto de educación en emergencias que apoya la DG ECHO de la UE, Elena, Belén Rico y Gustavo nos acercamos a la realidad con la que trabajamos en Kenia de la mano de JRS Kenya. Este proyecto busca garantizar que niños, niñas y jóvenes que han sido desplazados por la violencia y los conflictos en sus países de origen, puedan acceder a una educación segura, inclusiva y de calidad, a pesar de las circunstancias adversas en las que viven.

Hoy os queríamos traer un pedazo de ese viaje, concretamente el que realizamos entre el 18 y 21 de septiembre cuando viajamos a Kakuma, un campo de personas refugiadas que se abrió en 1992 (hace 32 años) y que hoy en día sigue recibiendo a personas que buscan refugio desde Somalia, Etiopía, Sudán del Sur, Sudán, Congo y un largo etcétera. 

Y aunque no pudimos acercarnos demasiado a las personas refugiadas, sí pudimos acercarnos a su realidad a través de nuestros compañeros y compañeras en el terreno del equipo de JRS Kenya y especialmente a las escuelas donde niños, niñas y jóvenes tienen un lugar seguro donde pueden aprender, crear, soñar con sus futuros estudios, jugar y disfrutar, e incluso plantar algo en los pequeños huertos de la escuela.

Colegio “Tumaini Girls” en el campo de personas refugiadas de Kakuma, septiembre 2024

Es una realidad que cuesta entender.

El campo, que en un principio debía ser un lugar de tránsito, se ha convertido en una comunidad permanente para muchas familias que llevan décadas viviendo allí, esperando una solución duradera que parece no llegar. Para que os hagáis una idea, el campo cuenta con 292.000 personas refugiadas registradas, y se encuentra en una zona árida en la que se alcanzan temperaturas muy altas. (Kakuma en swahili significa algo así como nowhere o “la nada”). Además, en esta zona no llueve mucho, pero cuando llega la época de lluvias, estas traen consigo inundaciones que dificultan el acceso a servicios básicos de las personas, incluyendo el acceso a la educación.

Una de las experiencias más impactantes fue visitar el centro de recepción para las personas que buscan refugio, un lugar donde no deberían pasar más de 2 semanas y en el que hay personas que llevan más de dos años,  debido a la sobrecarga del sistema y la falta de recursos.  El centro es un lugar rodeado de alambradas, del que no se puede salir, y cuya frialdad nos dio mucha rabia e impotencia.

Centro de recepción de Kakuma, Septiembre 2024.

A pesar de estos obstáculos, lo que alivia en parte la situación es saber que existen organizaciones en el terreno, como JRS y otras ONGs, que hacen todo lo posible para ofrecer apoyo inmediato y acción humanitaria básica. Gracias a ellas, los refugiados cuentan, entre otros, con acceso a alimentos, servicios médicos y, en algunos casos, oportunidades educativas. No obstante, está claro que la acción humanitaria por sí sola no es suficiente. Si bien es crucial para la supervivencia a corto plazo, lo que estas personas necesitan realmente es la oportunidad de reconstruir sus vidas, de acceder a empleo, educación superior y opciones de reasentamiento o integración local que les permitan salir del ciclo de dependencia en el que se encuentran atrapados. Para ello, sería necesario hacer incidencia para que tanto el Gobierno Keniano como la Comunidad Internacional se comprometan a hacer posibles todas las promesas, que parecen caer en saco roto.

La visita a Kakuma nos dejó muchas preguntas y debates difíciles, pero también con un sentido renovado de urgencia para seguir trabajando en la búsqueda de soluciones más sostenibles.

Elena, Belén Rico y Gustavo

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