ESPIRITUALIDAD, ¿QUIÉN ERES?

Desde hace algún tiempo venimos hablando en EC de este término.  Las palabras corren el peligro de gastarse y quizá sin haber profundizado en su significado lo suficiente.

Puede suceder esto con la palabra espiritualidad.  Hoy existe abundante literatura sobre el tema y podemos caer en alguna confusión.  Me permito ofrecer una breve reflexión que a mí me ayuda, con el deseo de que pueda servir también para quienes la lean.

Sigo el pensamiento de Francés Torralba,  conocido filósofo y teólogo, quien en su libro “Vida espiritual en la sociedad digital”   se refiere a la espiritualidad en estos términos:  “es una fuerza integradora y constituyente;  un estrato,  el más profundo del ser humano,  que trasciende su dimensión material ,  pero que a la vez la mueve y la da aliento” (1).

La espiritualidad no es un apéndice del ser humano,  ni algo accesorio,  es elemento constitutivo a la naturaleza humana;  abarca y por así decirlo,  envuelve todas las dimensiones,  desde las más básicas –comer y beber- hasta las más nobles,  como las preguntas sobre el sentido de la vida.  Pero va más allá,  se proyecta traspasando la materialidad. Ya lo decía el clásico libro de “El Principito”:  “sólo se ve bien con el corazón,  lo esencial es invisible a los ojos”…

También podemos decir que se refiere a la pasión que nos habita,  la fuente de vida que nos revitaliza, el enamoramiento que nos sostiene en lo pequeño y en lo más grande, cuando sufrimos y cuando gozamos … nombres diversos para realidades distintas,  múltiples y plurales.

Es verdad que a veces esta palabra ha tenido –y en muchos ambientes tiene todavía- un sentido muy negativo,  se interpreta a veces como una huida hacia un lugar romántico, a cerrarse en el “yo” íntimo, separado de la realidad y compromiso personal y social.

Nada más alejado de su profundo significado  porque intentar vivir desde lo profundo,  traspasando la materialidad de las cosas,  no puede más que impulsarnos a ponernos por entero en apertura a colaborar para mejorar la realidad circundante.

Lo otro sería “espiritualismo”,  es decir,  escapar de la historia concretada en el día a día,  en lo local con proyección universal,  y del compromiso que ésta nos demanda.

Pero para cultivar y hacer crecer la espiritualidad en nuestra vida se necesitan espacios de silencio,  de reflexión,  de quietud,  de detener un poco el ritmo vertiginoso que nos rodea.  Entrar en lo profundo de nuestro yo y “tomarnos el pulso del corazón” para conocer nuestros deseos,  proyectos, sueños,  sentido del ser más que del hacer y devolver cada día a nuestra tarea el brillo de la vocación de servicio,  de entrega,  de dedicarnos a esa misión sublime de colaborar en mejorar el mundo a través de la educación para todos y todas.  El cuidado propio y de los demás, no tiene otro objetivo,

Y ahí nos encontramos todos y todas en la diversidad y originalidad propias, viviendo las diferencias como riqueza y oportunidad de inclusión y aceptación,  con corazón amplio,  con apertura de horizontes.  Tendiendo puentes y haciendo caer muros que parecen insalvables.

Seguiremos … ¡esto es el comienzo nada más!

  • Subtítulo: ¿Es posible desarrollar las vivencias interiores en la era de la globalización?. Ed Milenio,  2012;  pp 73-74

 

 

 

 

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