Estamos a punto de llegar a Masisi cuando paramos en uno de los asentamientos de desplazados de los alrededores para recoger a Justin y Bienfait, dos de los colaboradores del proyecto de apoyo psicosocial del Servicio Jesuita de Refugiados (SJR). Justin y Bienfait acaban de realizar unas sesiones de escucha a un grupo de niños desplazados y me fijo en que Justin ha copiado varios testimonios en el reverso de un gran sobre que lleva en la mano. Le pido que me deje echarles un vistazo. Transcribo literalmente:
“Unos hombres envenenaron a mi papá y desde entonces nos quedamos solos en casa con mamá. Poco después aquellos hombres volvieron y se llevaron a nuestra madre y la estrangularon en el bosque. Lo pasamos muy mal, no sabíamos que hacer y estuvimos un tiempo viviendo en la calle; ahora vivimos con mi tía.” (Niño de 12 años).
“Papá y mamá estaban recogiendo yuca y de repente se oyeron unos disparos. Yo iba de camino a llevarles la comida y no fui capaz de seguir avanzando. A mi padre lo capturaron y lo mataron y unos días después mi madre también apareció muerta”. (Niño de 13 años).
“Una noche unos hombre entraron en casa y dispararon a nuestros padres, que estaban en su habitación. Fuimos a ver los cuerpos que sangraban todavía (…) Un mes después, cuando me vi rodeado de miseria, comprendí lo que significa ser huérfano.” (Niño de 14 años).
En el Este de la República Democrática del Congo estos relatos no son ciencia ficción. El envenenamiento se utiliza con frecuencia en los ajustes de cuentas, las armas circulan sin control y varios grupos armados ocupan el territorio. Las violaciones se usan habitualmente como arma de guerra: en lo que llevamos de año, Médicos Sin Fronteras ha contabilizado 500 casos de violación denunciados en el área de Masisi.
En semejante contexto, intervenciones de apoyo psicosocial como la que está llevando a cabo el SJR son imprescindibles. Sesiones de escucha, sensibilizaciones sobre la importancia de denunciar los casos de violencia sexual, acompañamiento y derivación a organismos especializados o actividades recreativas para los jóvenes, contribuyen a aligerar la carga que arrastran las personas más afectadas por la violencia de este país.
Estas casi tres semanas en la República Democrática del Congo han venido a reafirmarme en la idea de que la diferencia entre lo que SOMOS y lo que SON depende esencialmente de algo tan aleatorio como la cara del mundo en la que hayamos nacido.